Queríamos renovar las puertas sin complicarmos demasiado, así que decidimos pintarlas. Lo primero fue proteger el suelo y los marcos con cinta de carrocero y papel. Luego limpié bien la superficie con un paño húmedo para eliminar polvo y grasa.
Después apliqué una capa de imprimación, que ayuda a que la pintura se fije mejor y dure más. Cuando se secó, pinté con un rodillo pequeño las zonas planas y usé una brocha para los bordes. Apliqué dos capas finas, dejando secar entre una y otra para conseguir un acabado uniforme.
Y ya aproveché para cambiar los pomos y la cerradura. Solo tuve que desatornillar los antiguos y colocar los nuevos, asegurándome de que encajaran bien.
El resultado fue muy bueno: puertas renovadas, limpias y con un toque moderno, rápido, económico y sin desmontar nada.